Fue un catorce de febrero cuando Tita vio su mundo desplomarse sin haberlo siquiera sospechado… No hubo un motivo único, ni siquiera algo especialmente fuerte a lo que pudiera culpar. Simplemente reventó… Recibió aquel ramo de rosas sin entusiasmo, leyó la tarjeta: “con el amor de siempre en este San Valentín”…
ELIZABETH GARZA / Psicóloga Gestalt
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“El amor de siempre…” ese “siempre” fue el detonante para Tita. Eso bastó para hacerle sentir un gran vacío que calaba hasta los huesos, percibió cómo sus ojos fueron inundándose de lágrimas hasta desbordarse en un caudal que casi la ahogaba, tuvo que sollozar para recuperar el aliento. Su mente estaba bloqueada, trataba de encontrar alguna explicación, pero sólo su cuerpo se sacudía con fuerza y parecía que el cerebro se había desconectado de su ser…
Tita perdió el sentido del espacio y el tiempo, nunca supo si fueron minutos u horas las que se mantuvo hecha un ovillo en el suelo con esas rosas al lado, dejando fluir esa catarsis a la que era incapaz de encontrarle sentido.
Al día siguiente, visitó a su hermana en quien tanto confiaba, le compartió lo ocurrido con las secuelas de esa crisis en su rostro hinchado de tanto llorar, le dijo que no comprendía lo que pasaba porque ella no tenía un motivo para sentirse tan desolada: las cosas con Otilio (su marido) marchaban bien, no tenía problemas laborales, económicos o de salud que la perturbaran…
Su hermana la escuchó atentamente y con voz calmada sugirió: «¿Has pensado en ir a terapia con un especialista?» Los grandes ojos color miel de Tita se abrieron desmesuradamente y de su boca salió una especie de gemido lastimero: «¿Piensas que estoy enloqueciendo?», la espetó como si la hubiera herido físicamente.
Cuántas veces nos hemos encontrado en una situación parecida, cuando algo en nuestro interior pugna por salir y darle voz a un sinfín de emociones (fatiga, hartazgo, rutina, rabia, miedos, frustración) que no han sido reconocidas, mucho menos expresadas, pero que van marcando sin consideración alguna nuestra vida, con decisiones precipitadas, con discursos que lastiman al otro, con enfermedades que se instalan sorpresivamente… ¡Es increíble que, en este tiempo de tanta modernidad y tecnología, de tanto alarde de ciencia y avance, aún se asocie el hecho de ir con un psicólogo con el concepto de locura!
“Tita, ¡escúchame!”, le dijo su hermana con suavidad, “las personas no van a terapia porque estén locas, sino porque tienen algo que sanar emocionalmente y no han podido hacerlo”. Tita se estaba sintiendo realmente incómoda, hasta traicionada. ¿Cómo era posible que su propia hermana la viera como alguien inestable o con traumas? “¡No hay nada qué sanar!”, le respondió gritanto, “a mí nunca me ha pasado nada, no me han golpeado, asaltado, violado o algo así… No sabes de lo que hablas; no necesito un psicólogo, quizá vea a un doctor por los dolores constantes de cabeza, pero no a un psicólogo, ¡por favor!”.
Y así vamos muchos por la vida, pensando que sólo si está fuera de realidad debería buscarse ayuda psicológica, asumiendo que el cerebro sólo puede presentar como falla la locura, sin considerar que es un órgano como cualquier otro que puede resentirse de muchas formas: irritabilidad, ansiedad, tristeza profunda, apatía… Vivimos convencidos de que únicamente eventos de alto impacto o tragedias deberían vulnerar nuestras emociones, y dejamos de reconocer que también los pequeños detalles pueden generar grandes tormentas.
Es importante aprender a hacer pequeños altos en el camino de lo cotidiano, para conectar con nosotros mismos y en primer lugar aprender a escucharnos, a realmente escucharnos, identificando lo que sentimos, reconociendo la verdadera emoción detrás de las máscaras que nos hemos impuesto para ser “funcionales” en las actividades que reclaman nuestra responsabilidad y acierto. Validar esas emociones para expresarlas y sanarlas…
A Tita se le acaba de abrir la caja de Pandora y aún no se da cuenta, pero no tardará en tomar consciencia. Está a punto de percibir verdaderamente su realidad y de reconocerse en ella… y la vamos a acompañar.